Desarrollé el Método Honeyguide en los meses de confinamiento. Como todos nosotros intenté sacar algún partido a una situación absolutamente inesperada que me obligó a pararme “en seco” en mis actividades cotidianas, tanto profesionales como personales. Al principio intenté sustituir una rutina por otra que simplemente me ayudara a pasar el tiempo, pero pronto comprendí que aquel tiempo complicado y algo oscuro, también podía ser un regalo.

Me empecé a preguntar cómo podía ayudar a los demás utilizando toda la experiencia profesional tanto empresarial como de practicante de artes marciales y zazen acumulada en los últimos 35 años de vida.

Inicialmente intenté sintetizar los principios esenciales que inspirarían el Método y ahí apareció con fuerza el que quizás más me ha ayudado a tener éxito “el propósito crea la intención que guía la acción en pos de un objetivo”.

En los periodos en que aparecía el aburrimiento me propuse hacer pequeñas experiencias que pudieran ilustrar aquellos principios inspiradores pensando así que quizás a la vez que me entretenía estaba aprovechando el tiempo.

Al hilo del principio enunciado se me ocurrió hacer una sencilla experiencia. Tomé un dado y decidí comprobar si la intención de sacar un seis podía realmente alterar la probabilidad estadística de este suceso que como todos saben es 1/6, o lo que es lo mismo, 0,16666.

Para ello, primero lancé el dado mil veces sin prestar ninguna atención al resultado, mientras lo grababa. Esta operación me llevó una hora. Luego tomé nuevamente el mismo dado poniendo toda la intención de la que era capaz de mantener en las siguientes mil. Igualmente volví a grabar la operación. Curiosamente esta vez tardé una hora y cuarto en realizar las mil tiradas. Tras el visionado de las imágenes fui anotando el resultado de cada una de las tiradas en ambas situaciones. El gráfico adjunto recoge las frecuencias en las que el suceso “sacar un seis” fue positiva.

Las columnas en azul (F.A.) recogen las frecuencias por tramos en las que sale el seis cuando no tenía intención alguna en el suceso, mientras que en color naranja se recogen las producidas durante el periodo de fuerte intencionalidad. Como se observa las naranjas superan a las azules en ocho de los tramos, y desde luego en las 300 últimas tiradas la diferencia es significativa. La probabilidad del suceso “sacar un seis” pasa del 0,172 en la primera serie a 0,19 en la segunda, es decir, hay una sensible diferencia en la probabilidad de éxito cuando ha habido un fuerte propósito.

Evidentemente este divertimento no tiene validez científica alguna, pero si fue lo suficientemente estimulante como para animarme a reflexionar sobre qué podía estar pasando, acaso sería una ¿suerte de magia innata? ¿Había influido realmente mi firme y sostenida intención de sacar un seis en el resultado del experimento? Si esto fuera así, ¿Cuáles eran los mecanismos que se habían activado para hacerlo posible?

Utilizando un símil informático nuestro cerebro es un ordenador con al menos ¡TRES! sistemas operativos que además funcionan al mismo tiempo, y además para colmo  ninguno de ellos sabe de la existencia de los otros dos, a saber, el hemisferio derecho, el izquierdo y el sistema límbico. Es en este último donde se encuentra lo que podríamos llamar nuestro “cerebro emocional” donde la amígdala y el hipotálamo se encargan de nuestras respuestas más intuitivas, rápidas y almacenan sus resultados. Este “cerebro” se encuentra fuertemente conectado con el sistema nervioso y endocrino con lo que sus instrucciones llegan rápidamente a nuestros músculos, huesos y tendones, y naturalmente a los otros dos “sistemas operativos”.

Con esta información repasé pacientemente los dos videos buscando algún tipo de patrón, al fin y al cabo, tirar un dado parecía un candidato idóneo para que esta parte de nuestro cerebro asumiese el mando. Luego pensé que en la segunda serie también había intervenido insistentemente mi parte consciente del cerebro que en cada tirada “ordenaba” sacar un seis… y esto fue lo que pasó.

En la primera serie no encontré un patrón claro en el lanzamiento, pero en la segunda comprobé cómo inconscientemente mi mano se posicionaba a una altura determinada, cogía el dado y se lo acomodaba en la mano en una posición concreta, al soltarlo se adoptaba un gesto característico al abrir mi mano, la fuerza del lanzamiento se ajustaba, y la dirección era intencionada, en definitiva, mi cuerpo estaba “aprendiendo” casi mágicamente a, en esas condiciones, “sacar un seis”.

Esta especie de divertimento pseudocientífico ilustraba de una manera clara la secuencia descrita en uno de los principios que inspiran el Método Honeyguide al que ya nos hemos referido al comienzo de este artículo “el propósito crea la intención que guía la acción en pos de un objetivo”.

La próxima semana nos detendremos en cómo es este proceso “inconsciente de aprendizaje” y cuáles son las características que deben reunir nuestros propósitos para ser eficaces, hasta entonces me gustaría que reflexionáramos sobre la idea de que, si realmente esto es así, quizás nuestra inacción, nuestra falta de determinación diaria en nuestra vida nos haga cómplices de nuestro destino.