La mayor exigencia de un buen líder es mantener una conciencia plena

Durante los más de treinta y cinco años de experiencia profesional he tenido la suerte de conocer y trabajar estrechamente con personas que sin duda eran verdaderos líderes en sus respectivos ámbitos de trabajo, empresas, instituciones, entidades sociales o educativas, y ésta quizás ha sido una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida.

En todas ellas reconocí las principales cualidades que habilitan a una persona a liderar una organización; visión de futuro, capacidad de comunicarla, motivación de sus equipos, empatía, asunción de riesgos, compromiso y una notable capacidad para la estrategia.

Sin embargo, no podría decir lo mismo en cuanto a su formación, y más concretamente, sus valores. Desde un punto de vista ético, el liderazgo, como un bisturí, en sí mismo no es ni bueno ni malo, depende esencialmente de los principios y valores que gobiernan la personalidad del líder. Creo que todos tenemos en la mente ejemplos claros en uno y otro sentido.

Muchos expertos apuntan la necesidad de que el crecimiento personal del líder sea la fuente de inspiración de todos los que componen la organización, sea ésta una empresa, un partido político, o entidad social lo que es tanto como decir que el liderazgo es un proceso de aprendizaje continuo y de mejora que “arrastra” el cambio organizacional, la superación de metas y el logro de los objetivos. De alguna manera se está dando a entender que el crecimiento de una persona sólo puede producirse en un sentido, y desgraciadamente, por mi experiencia, esto no es así. La felicidad, por ejemplo, no hace necesariamente mejores personas, conozco suficientes casos de auténticos cabrones perfectamente felices.

Por eso resultan especialmente interesantes las distintas escuelas de negocio e instituciones que promueven programas de formación y entrenamiento para directivos en relación al liderazgo que, en muchos casos, también hablan de la compasión, la empatía, la escucha y la ética.

En mi opinión la decisión más difícil a la que se enfrenta un líder es la de cuándo debe dar un paso al lado, y por mi experiencia profesional, el servicio más relevante que un consejero puede aportar a la organización para la que trabaja, más aún, si ejerce el papel de mentor es cuándo sugerirlo.

¿Cuáles son las señales que indican que el liderazgo ejercido ha perdido su función o incluso empieza a ser un problema?

Vaya por delante lo difícil que puede resultar advertir estas señales por cuanto en la mayoría de los casos es un proceso inconsciente. Es frecuente que un/a  líder  pueda ser víctima de su éxito ya que su cerebro también lo es. Habitualmente un líder muestra unas capacidades y habilidades mentales bastantes elevadas, incluyendo el pensamiento abstracto y la gestión de procesos complejos, que además saben comunicar. El problema es que, como todos nosotros, estas capacidades “conviven” con la parte del cerebro de la que salieron, que sigue haciendo lo que siempre ha hecho asegurar nuestra supervivencia, es lo que llamamos el cerebro reptiliano. Así que en el mismo cerebro tenemos al líder, y lo que es esencial para su supervivencia. Esto provoca que en algunas ocasiones cuando una persona en el ejercicio de su liderazgo toma decisiones complicadas desencadene reacciones primitivas que están en un nivel mucho más básico de su comportamiento.

A mi juicio es crítico que seamos capaces de comprender que la experiencia vital de una persona que ejerce un liderazgo es a menudo compleja, y si no alcanza un grado de madurez tal que le permita mantener el control sobre las partes más simples de su cerebro, las reacciones pueden ser muy negativas, cristalizando a veces en prepotencia, miedo, desorientación, en definitiva riesgos que un ejercicio continuado y exitoso del liderazgo pueden aparecer si no se está plenamente consciente, y ahí debe aparecer la figura del consejero o mentor.

A partir de mis vivencias personales adquiridas en el ejercicio de mi actividad profesional y empresarial, resumiría algunas de las principales señales a las que es necesario prestar mucha atención.

  • La pérdida de interés por el proceso de aprendizaje.
  • Creer que se puede entender sin tener que escuchar.
  • Sentirse solo.
  • Dividir más que cohesionar.
  • Necesidad de involucrarse en todos los proyectos, sepas o no.
  • Deterioro de la salud y de la vida personal.
  • Hiperactividad, pérdida de la paciencia.
  • Memoria a medio plazo cada vez más egoísta. Reajustamos nuestros recuerdos para satisfacer nuestras necesidades de autoestima, seguridad etc…
  • Confundir nuestro interés con el interés general. Lo que es bueno para mí es bueno para la organización.

Cada uno de éstos aspectos por sí solos daría para un nuevo artículo, y seguramente lo retomaré más adelante, pero por ahora me gustaría que imaginaran conmigo que en su trabajo tienen un jefe con mucha menos experiencia que usted pero que está todo el tiempo encima, dando órdenes poco razonables y haciendo preguntas estúpidas, en definitiva poniéndole las cosas más difíciles en vez de ayudar, pues bien esto puede pasar muchas veces por la razón antes expuesta, la convivencia del neocórtex con nuestra parte más reptiliana. Por tanto, es imprescindible que el ejercicio del liderazgo se haga, además de con todos los atributos conocidos, con conciencia plena. ¿Qué significa en este caso conciencia plena? Pues que como buen capitán de tu mente, de vez en cuando, mandes parar y pongas a cada uno en su sitio,(partes de tu cerebro) porque sólo tú tienes la carta de navegación, sólo tú tienes claro cuál es el rumbo.

En el próximo artículo hablaremos del tercer principio que inspira el Método Honeyguide, “Compartir para crear, para crecer, para sanar”.